«DE COMO RECALÉ EN EL SÁHARA-II»
Segundo día en el Sáhara. Amanece, recogemos el campamento y a esperar ordenes. Tumbados sobre el prensado desierto, las cabezas apoyadas en la mochila y “jalando” del Krüger, esperamos saber a ciencia cierta a donde vamos. Mahbes es la palabra que se oye con más frecuencia entre los compañeros. Llega la orden, a formar, de frente, al aeródromo. Casi al mismo tiempo que nosotros llegan unos pocos aviones, no recuerdo cuantos. No vamos a ir muy cerca. Se confirma nuestro destino: Mahbes.
Estos aviones son más pequeños, pero más modernos que los DC3. Podrían ser Hércules o los llamados Caribú. Subimos por una rampa situada debajo de la cola del aparato. Las mochilas formaban una hilera en el centro, nosotros cara a cara a cada lado del avión. De la cabina de los pilotos, surge un jovencito, me da la impresión de que aún no le había salido del todo la barba, en cada una de sus hombreras dos estrellas de seis puntas, nos da instrucciones para el vuelo y nos desea un feliz viaje. Gracias mi Teniente.
Estamos llegando. Abajo, frente a nosotros, el poblado y un poco más allá el Puesto Avanzado de Mabhes, nuestra futura casa. Sobrevolamos a muy baja altura lo que parecía un aeródromo: el desierto tal como era, pero señalizado con neumáticos usados pintados de blanco y entre uno y otro se apilaban pequeños montoncitos de leña. Enseguida entendí lo de los neumáticos, pero no comprendía lo de la leña. Transcurrido algún tiempo me lo aclararon, los neumáticos blancos señalaban la pista de día, pero si hubiera que realizar un aterrizaje nocturno, la pista sería señalizada por los montoncitos de leña, una vez convertidos en pequeñas hogueras.
Dejamos atrás aquel ingenioso aeropuerto. Nuestros pilotos “pasaban” de señalizaciones diurnas y nocturnas. No entendíamos nada, pero cada vez teníamos el suelo más cerca y casi no se oían los motores, pequeños frenazos y ya estamos posados en pleno desierto, lejos de la pista. Se abre la compuerta y comenzamos a bajar, estamos casi en la entrada al fuerte. Admirados, observamos a los demás aparatos posarse de la misma manera. Excelente servicio, si señor. A la misma puerta de casa. ¡¡¡Que buenos aviadores tenemos!!!
Volvemos las miradas hacia nuestro nuevo hogar. Primera impresión, estoy frente a un Fuerte de películas del Oeste, solo que las empalizadas ahora eran de adobe. Protegiendo el Fuerte, alambradas de pinchos, minas contra personal, nuevas alambradas, muchas y enmarañadas zanjas, puestos de tiradores, emplazamientos de ametralladoras, etc. De entre las alambradas, una estrecha y camuflada entrada.
Nos reciben un Teniente y algunos compañeros de T.N. que nos acompañan hasta nuestra estancia, un barracón que servía de garaje a los vehículos del Fuerte. Era de polvo el piso, al andar se levantaba una pequeña nube, andábamos unos ciento cincuenta hombres.
Después de acomodarnos, nos damos una vuelta para conocer nuestro nuevo hábitat. Enseguida descubrimos la cantina, demasiado pequeña para tanta garganta sedienta, pero pequeños lo eran también nuestros presupuestos, yo llegué al Sáhara con setecientas pesetas. (En “nuestra” página he visto una foto de Fernando Catalina dentro de la citada cantina, los pelos que me quedan se pusieron de punta, se agolparon los recuerdos, me pareció percibir el olor que allí se respiraba).
Se nos asignan nuestros puestos en caso de ataque, estábamos allí para defender. Mi escuadra de fusileros granaderos queda emplazada en un “pozo de tirador”, teníamos que aprendernos al dedillo el recorrido para llegar hasta allí de día o de noche, en el menor tiempo y exponiéndonos lo menos posible.
Poco antes del ocaso, a cenar, menú: sopa de pastillas de Avecrem y media docena de fideos flotando en la marmita. Se entendía el porqué de tan escaso menú, allí habían unos pocos compañeros de T.N. más una sección del Tercio, y de pronto llegamos 150 comensales sin estar invitados y con los que no se contaba. Había que racionar las existencias de la despensa hasta que llegara la “Estafeta”. Llegó tres días después. La única vez en mi vida que pasé hambre.
Voy a pasar mi segunda noche en el Sáhara. No dio tiempo que terminar de cenar, toque de corneta: “mosqueo”. A la carrera, coger el Cetme, munición, el casco y a sus puestos de combate, para “ayudarnos” a encontrarlos nos iluminaban lanzando bengalas, pero como no estábamos avisados de la ayuda, lo que consiguieron fue que practicáramos el panzazo, “cuerpo a tierra” hasta que volviera la oscuridad. Toda mi escuadra encontró su puesto. Cartucho a la recámara, seleccionar “tiro a tiro” y seguro al Cetme. Apuntábamos hacia la alambrada. De tanto fijar la vista en la oscuridad, lo único que veíamos correr eran los hierros que sujetaban las mismas. Algunos bidones vacíos que parecían moverse, recibieron su merecida ración de plomo por parte de algunos compañeros de “gatillo fácil”, eso sí, después de dar el “ alto quien va” tres veces y pedir el Santo y Seña. Fueron los primeros disparos que escuchamos en el Sáhara. ¡¡Empezamos a acostumbrarnos a ellos!!. Avanzada la madrugada, y en vista de que no ocurría nada especial, salvo los esporádicos tiros, decidimos dormir un ratito por turnos, mientras dos permanecían vigilantes, los otros tres dormían apretujados bajo una sola manta que un compañero se agenció junto con lo esencial y obligatorio (Cetme, munición y casco).
En esta noche en el Sáhara, he aprendido para siempre varias lecciones:
– En el desierto, aunque por el día pueda hacer mucho calor, no implica que por la noche no haya muchísimo frío.
– Cuando en la oscuridad fijas la vista en un objeto, éste tiende a moverse.
– Cuando oscurece, todo “objeto en movimiento no identificado” (O.M.N.I.), es un posible enemigo.
– Cuando hay “mosqueo”, tus compañeros tienen una bala en la recámara de su arma y el dedo nervioso en el gatillo. No te muevas de tu puesto sin avisar.
– Un arma en manos del miedo o la ansiedad puede llegar a ser tu peor enemigo.
Si algunas cabras y burros del lugar, hubiesen aprendido estas sencillas lecciones, y no merodearan de noche cerca de las alambradas, posiblemente habrían fallecido de muerte natural. Recuerdo una cabra que dejó de existir por intrépida. Se introdujo a través de la alambrada en los campos minados, seguramente en busca de algún suculento papel que llevarse a la barriga, pero tuvo la mala suerte de pisar donde no debía (no estaba entrenada para eso) y claro, voló por los aires. No estaba muy destrozada, dos de las patas ya no las tenía y sus vísceras salían de su desgarrado vientre. Se podía aprovechar su carne. Con una cuerda a modo de lazo, después de varios intentos logramos engancharla por uno de sus cuernos, cuerpo en tierra lo más lejos posible de las minas, hasta donde alcanzaba la citada cuerda, tiramos de ella hasta que logramos sacarla sin que se produjera ninguna explosión. La pusimos en manos de los “cocinillas”, que con papas y salsita, reconfortó nuestros vacíos estómagos por unas horas, pues era muy poca cabra para tantos hombres.
P.D.: De mis días en Mahbes quedan algunas cosillas que contar, sobre todo la captura de la compañía marroquí, de la que tengo especial interés en relatar tal como lo viví.
Así que….. “amenazo con volver”.
Un abrazo a todos.
Me llamo García Santana, Pedro. soy de Agaete, Gran Canaria.
Pertenecí al 4º Llamamiento de 1974.
Serví en la Primera Compañía del Regimiento de Infantería Canarias Nº 50.
García Santana, Pedro. (GC)
Infantería, Canarias 50
Otros relatos del mismo autor:
Relato 008a.- «DE COMO RECALÉ EN EL SÁHARA-I»
Relato 008b.- «DE COMO RECALÉ EN EL SÁHARA-II»
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