Valencia, 1 de Julio de 2021
Mi nombre no importa, solo el de mi padre, Juan Antonio Alarcón Moreno, uno de “los últimos del Sahara”. Lamento no haber conocido esta maravillosa iniciativa antes, pues falleció el 18 de noviembre de 2018, sé que le habría gustado participar y aunque es verdad, que supe más de esta aventura en sus últimos años, quizás por la añoranza, es mi forma de rendirle tributo, a él y a sus compañeros cuyos nombres desconozco.
Voy a relatar todo lo que me contó y aportar fotografías en las cuales espero que algunos se vean reconocidos y les traiga felices recuerdos.
Sé que un joven de dieciocho años, de Valencia, salió una madrugada rumbo a lo desconocido. Nunca había salido más que de un Albacete empobrecido a una Valencia rural pero con futuro. Desde allí cogió un tren y eran tantos que se pasaron la noche bebiendo vino. Empezaba bien, pues después del estricto régimen paterno, aquello pudo tranquilizar sus nervios, si es que los tenía, pues los que lo conocían bien, saben que pocas veces mostraba sus emociones. Llegaron a Madrid y viajaron a África, desconozco, solo puedo intuir por sus postales sin fechar, y sus fotos que estuvo en el Aaiún. No he podido averiguar fechas, ni regimiento, ni nada, solo sé que estuvo en automovilística y voy a relatar una serie de hechos que me contó, y en el cual, alguno de ustedes pudo haber participado y tal vez pueda ampliar estas historias.
Sé que los aviones eran de la segunda guerra mundial, y que tapaban agujeros de bala con los dedos.
Me contó que una noche de maniobras, se perdieron en una tormenta de arena y que las radios perdieron señal, por suerte un grupo de nómadas bereberes los acogieron hasta la madrugada.
Que una vez, un puma se metió en una de las tiendas, y que a veces el agua tenía gusanos.
También sé que a veces iban como jóvenes, tras las chicas musulmanas y que los marroquíes salían tras de ellos, mientras corrían joviales.
En voz baja me confesó que se carteaba con algunas chicas a las que nunca llegó a conocer.
Tengo varios casettes de música que grababa en la hora de la siesta, donde soldadito español, la espabilá de Antoñita Peñuela, Elvis Presley y Jorge Negrete entre otros, alegraron mis viajes con él y que guardo con gran cariño.
Me hubiera gustado saber más, pero como he relatado, él era un hombre sencillo, sin vicios, trabajó mucho y nos dio un gran ejemplo de templanza y saber estar. Muchos confundieron su timidez con indiferencia, pero nada más lejos. Era el hombre más bueno que he conocido.
Nos enseñó a amar el mar, el pueblo, el silencio, las cosas sencillas, pues creo que aunque pensarán que no tenía ambiciones, era porque había conseguido ese equilibrio emocional que hoy en día tanta falta hace.
Nos dejó en silencio, cuando supo que a pesar de mi lucha y que él lo hacía más por mí que por él, fue un valiente hasta su último suspiro, donde cogiéndole de nuevo la mano solo pude decirle: aquí estoy papá.