Hace años en España existía el llamado servicio militar obligatorio y la mayoría de los jóvenes debíamos permanecer un periodo de nuestra vida en cuartes, recibiendo instrucción militar.
Antes de incorporarnos se había celebrado un sorteo y la buena o la mala fortuna nos asignaba un lugar donde cumplir esa obligación. Podía ser en tu misma ciudad, en otras ciudades de la península, en las islas, o en Ceuta y Melilla. Pero hasta el año1975 el azar podía enviarnos a lugares más exóticos, como las colonias del África Occidental Española, que en el último periodo recibieron el rango de provincias.
Todos los jóvenes destinados a estos territorios tuvimos una mili dura, aunque sólo fuera por la lejanía, las características del clima y las condiciones precarias de centros de instrucción y cuarteles. Pero además de eso, algunos tuvieron que hacer frente a circunstancias de guerra. Guerra abierta, aunque no declarada, a finales de los años 50 y más o menos encubierta en los años finales de la presencia española en el territorio. La mayoría de los que fuimos, regresamos ilesos, pero otros dejaron allí su vida, fueron secuestrados o resultaron heridos.
Durante muchos años cada uno de nosotros, los que estuvimos allí, ha guardado en lo más profundo de la memoria los recuerdos del tiempo vivido en aquellos lugares y a buen recaudo las fotos, las cartas a los padres o a la novia, los objetos adquiridos en zocos y jaimas, y algunos utensilios que le acompañaron en la rutina diaria. Ha pasado el tiempo, casi una vida, durante la que se nos hacía difícil hablar de ello. Cuando lo intentábamos, no encontrábamos a nadie capaz de aguantar nuestras “batallitas” y que no nos tratase de exagerados. Ahora las nuevas tecnologías han puesto a nuestro alcance medios tan extraordinarios como Internet. Tras un encuentro casual entre dos antiguos compañeros Veteranos del Sáhara, (nos gusta llamarnos saharianos) se creó por parte de uno de ellos la web “La mili en el Sáhara”. Esta se ha convertido en el lugar de encuentro de muchos saharianos nostálgicos. Llegaron con la web los recuerdos, el reencuentro de amigos después de 30, de 40 años; llegaron las fotografías, los relatos y las anécdotas. Un trabajo que ha convertido la web web.lamilienelsahara.net en un referente indispensable para conocer la historia de las antiguas colonias del África Occidental Española.
01.- Destino: el Sáhara. Un capricho del azar
Una vez conocido el lugar de destino, comenzaba la gran aventura. Primero nos concentraban en algún cuartel cercano a nuestra ciudad o pueblo y luego emprendíamos un viaje agotador. Largos recorridos en trenes, travesías inciertas en barcos insalubres, desembarcos accidentados en costas sin puertos… sólo los que llegaron en los últimos años de presencia en el territorio lo hicieron en aviones militares de transporte.
Y cuando finalmente pisábamos el territorio, el temor ante lo desconocido: la vida militar y el extraño lugar. Otro lenguaje, otras formas de trato, reglas incomprensibles.
Desconcierto e incertidumbre ante aquel enorme cambio en nuestras vidas. Tras los trámites burocráticos y recogida de uniformes, comenzaba para nosotros el periodo de instrucción. Habíamos dejado de ser civiles, éramos militares, pero no del todo. Sólo reclutas, y teníamos por delante un duro aprendizaje.
02.- El Sáhara y los saharauis: dos desconocidos
Desde que se llegaba a los territorios africanos se sabía que aquello era muy diferente a cualquier otro lugar de España. Aunque oficialmente fueran provincias españolas, en la realidad no lo eran. El árido paisaje, el clima extremo y los nativos del territorio: los saharauis, con sus propias costumbres, modo de vida, lengua y religión. Otro mundo.
Aquellos que fueron destinados a la Agrupación de Tropas Nómadas o a la Policía Territorial, tuvieron ocasión de convivir con ellos en los cuarteles y conocerlos de cerca. Incluso visitar sus hogares, sus tiendas (jaimas) en el desierto y tomar el tradicional té de la hospitalidad. Pero su integración en la sociedad colonial española fue escasa.
En los últimos años de presencia española, se asistió al abandono progresivo del nomadismo y al asentamiento en las poblaciones, y hubo mayor oportunidad de conocerlos, aunque sólo fuera comprando en las tiendas de los zocos, en interminables regateos, los típicos tapices y recuerdos de su artesanía.
Desde que se llegaba a los territorios africanos se sabía que aquello era muy diferente a cualquier otro lugar de España. Aunque oficialmente fueran provincias españolas, en la realidad no lo eran. El árido paisaje, el clima extremo y los nativos del territorio: los saharauis, con sus propias costumbres, modo de vida, lengua y religión. Otro mundo.
Aquellos que fueron destinados a la Agrupación de Tropas Nómadas o a la Policía Territorial, tuvieron ocasión de convivir con ellos en los cuarteles y conocerlos de cerca. Incluso visitar sus hogares, sus tiendas (jaimas) en el desierto y tomar el tradicional té de la hospitalidad. Pero su integración en la sociedad colonial española fue escasa.
En los últimos años de presencia española, se asistió al abandono progresivo del nomadismo y al asentamiento en las poblaciones, y hubo mayor oportunidad de conocerlos, aunque sólo fuera comprando en las tiendas de los zocos, en interminables regateos, los típicos tapices y recuerdos de su artesanía.
04.- La mili en los cuarteles: el paso lento de los días
Una vez jurado bandera, marchábamos a las distintas unidades militares. Allí comenzábamos otra etapa de aprendizaje ya más especializada y relacionada con el cometido de la unidad: Artillería, Ingenieros de Transmisiones o de Zapadores, Tropas Nómadas, Policía Territorial, Intendencia, Sanidad, Aviación, Compañía del Mar, etc. A su vez, dentro de éstas, destinos en oficinas, talleres, cantinas, cocinas y los propiamente militares, por supuesto. La llegada a estas unidades significaba comenzar de nuevo.
Si al jurar bandera habíamos creído completar una fase de nuestra mili, y que la siguiente sería mejor, los veteranos de la unidad se encargarían de sacarnos de nuestro error. Allí seríamos durante tres meses auténticos reclutas, propicios a todo tipo de novatadas. La temible “pastilla” que cada cual aguantó como mejor pudo.
Una vez instalados en esos puestos, se trataba de integrarse en la rutina cuartelera, realizar las actividades correspondientes y tratar de pasarlo lo mejor posible en esas circunstancias. Tratar de hacer las cosas bien y no ser arrestados o abroncados. Si se podía, siempre había ratos para la diversión o el discreto escaqueo. Algunas instalaciones, sobre todo en ciudades como Sidi Ifni, El Aaiún, Villa Cisneros o Smara, eran aceptables, aunque poco cómodas, pero tenían la ventaja de permitir una mínima vida fuera del cuartel en los ratos de ocio.
05.- La mili en las bases avanzadas: el aislamiento y la soledad
Las bases eran puestos militares dispersos por el territorio y a menudo cerca de pozos de agua. Normalmente alrededor se asentaban campamentos de saharauis que podían ser familiares de militares nativos que servían en las unidades destinadas en las bases, o familias nómadas con sus rebaños de cabras y camellos. Había bases de Tropas Nómadas, del Tercio y de la Policía Territorial. Esta última, una unidad paramilitar que desempeñaba servicios parecidos a los de la Guardia Civil en el resto del territorio nacional, pero allí, con soldados de reemplazo.
En estos lugares la mili era más dura, mas difícil y en los tiempos malos, muy tensa e incluso peligrosa. Las instalaciones solían ser muy rudimentarias, aisladas en lugares inhóspitos y sufriendo temperaturas infernales de día o heladoras de noche.
Las guarniciones de las bases se relacionaban con el exterior mediante convoyes que acercaban los relevos, los suministros y el correo. En algunos lugares poseían rudimentarios aeródromos donde aterrizaban aviones o helicópteros.
Desde estas bases se organizaban patrullas que recorrían la zona y que podían durar 10 días en Land Rover y hasta 3 meses a camello.
Aprender a sobrevivir era una de las asignaturas obligatorias de los que teníamos que movernos por el desierto. Había que apañárselas con lo disponible, casi siempre mínimo. Mantener en funcionamiento instalaciones y armamento en una lucha constante contra el polvo y la arena, controlar la conservación de los suministros y acostumbrarse a ver el agua como un bien irreemplazable.
Había que aprender a evitar la deshidratación, las mordeduras de serpientes (lefas), los parásitos, insectos dañinos como escorpiones y a convivir con las agobiantes moscas. Cocinar en las patrullas, mantener los vehículos, o los camellos en el caso de unidades montadas, era una actividad constante. Soportar alguna que otra vez los terribles sirocos y añadir, en algunos tiempos, la acción bélica cuando esas bases o patrullas fueron hostigadas o emboscadas.
Para el transporte de enfermos, heridos, o cualquier otra emergencia se utilizaban los veteranos aviones Junkers 52, avionetas y también más tarde, helicópteros.
07.- Convivir con los nativos: salvar las barreras culturales
Durante nuestro período de mili en el Sáhara, unos tuvieron más oportunidad que otros de convivir con los saharauis y conocer su modo de vida y costumbres. Naturalmente aquellos que estuvieron destinados en las unidades mixtas de europeos y nativos, como la Agrupación de Tropas Nómadas, y también Policía Territorial, fueron quienes más estrechamente convivieron con ellos.
Los que patrullaron por el desierto, aprendieron cosas útiles de los nativos, los admiraron por sus virtudes y su enorme resistencia física, por su sentido de la orientación, por su habilidad como tiradores. Por su perfecta adaptación a aquellos lugares tan inhóspitos. Todos tuvimos la oportunidad de ver como sobrevivían con muy poco, en la pobreza, o en la miseria. También supimos que allí todavía existía la esclavitud que, aunque disimulada, era tolerada por las autoridades.
No siempre la convivencia fue fácil, salvar las barreras culturales era el reto. Unos se interesaron por esa cultura tan diferente de la suya y otros, no. Unos superficialmente y otros de forma más intensa. Pero ninguno hemos podido olvidar a las saharauis.
08.- Los buenos momentos: los buenos amigos
En la mili sahariana, incluso para los destinados a zonas remotas, siempre hubo buenos momentos en que por unas horas olvidamos las penalidades, se recuperó el humor y nos sentimos felices. Momentos en que un grupo de amigos nos reuníamos, charlábamos, bromeábamos, bebíamos, comíamos y nos divertíamos como se podía. A los veintipocos años cualquier excusa es buena para divertirse.
Pocas distracciones podíamos encontrar en las bases avanzadas, alguna en los cuarteles y sólo las ciudades como El Aaiún o Villa Cisneros podía ofrecer algún entretenimiento en bares o cines. Bañarse en la playa o pescar podía ser una alternativa para aquellos que se encontraban en cuarteles cerca de la playa.
Tal vez fuera la estrecha convivencia, la solidaridad, y aquellos ratos alegres (o casi) los que forjaron amistades que perduran hasta hoy. Nos ayudaron a sobrellevar el pesar de vernos separados de nuestro ambiente cotidiano y amistades habituales.
La amistad y el compañerismo fueron la mejor medicina, junto con el correo, a los males psicológicos y a la añoranza.
09.- Los malos momentos: días de alarma y riesgo
Los azares de la historia siempre fueron un importante factor de la mili sahariana. También los de la vida cotidiana militar o los personales de cada cual. Aquellos que sirvieron en unas fechas concretas como 1957-1958, o a partir de 1973 hasta 1975, conocieron de cerca esos malos momentos. Padecieron la cruda realidad de la guerra o por lo menos, situaciones muy tensas. Supimos de compañeros muertos o heridos, de acciones de guerra o de hostigamiento, bien por parte de guerrilleros o bien de tropas extranjeras camufladas como tales.
O vivimos una invasión como la Marcha Verde marroquí, o tuvimos que soportar la tensión y la angustia de no saber si se iba a salir ileso de todo aquello. Aparte, la propia vida militar también tenía sus riesgos como accidentes con vehículos, con armas o con explosivos. O los malos tragos debidos a rigideces de los mandos, algunos demasiado ordenancistas, o de agrio carácter. Que los hubo, como también hubo otros de respetuoso recuerdo.
Otro desengaño fue descubrir que había nativos que estaban en contra nuestra. Podíamos comprender que quisieran independizarse, pero no entendíamos el acoso y las manifestaciones en contra de España. Esto provocó la desconfianza hacia los nativos que servían en el Ejército español, a veces justificada y otras veces, no. Para muchos esto fue uno de los peores tragos de su vida militar.
10.. La licencia: adiós al Sáhara
El camino a la licencia estaba jalonado por la partida de los más veteranos y la incorporación de nuevos reclutas. Cada reemplazo que llegaba era un ascenso, no reconocido oficialmente, pero si en la práctica. Mayor veteranía, más privilegios y más posibilidades de escaqueo. Antes habías visto partir con envidia a los que te habían precedido, agotado su tiempo de mili obligatoria.
En el Sáhara el tiempo se detenía y los días pasaban muy lentamente. Algunos los tachaban del calendario, otros preferían no mirarlo para no constatar cuanta mili les quedaba.
Por fin llegaba el gran día, devolvías el petate, el uniforme y las naylas; recuperabas la cartilla militar (verde o blanca, según la época de incorporación a filas), y la ropa y condición de civil. Te despedías, quizá para siempre, de tus compañeros de fatigas e iniciabas el viaje de regreso a casa contemplado con envidia por todos los que se quedaban. Hasta ese momento soñado, habían transcurrido muchos meses.
Con la licencia en la mano volvíamos a los lugares de origen, recorriendo a la inversa el camino de ida. Pero ya no éramos exactamente los mismos jóvenes de 14 meses antes. Habíamos vivido una aventura extraordinaria, más o menos dura según el carácter de cada uno y nuestras circunstancias personales, pero irrepetible e inolvidable.
Todas las fotografías de esta exposición han sido publicadas en la web y en su conjunto tan sólo son un humilde intento de ilustrar con ellas las vivencias de aquellos jóvenes veinteañeros que llegaron un día al Sahara a cumplir el servicio militar obligatorio.
A todos los que estuvieron allí, a todos los que hicieron su mili en aquellos arenales infinitos, en aquellos cuarteles, en aquellas perdidas bases avanzadas, está dedicada esta exposición.
Agradecimientos
Ángel Benito,
Joan Bordas,
José Luis Brugal,
Manuel García,
José Hernández,
Antonio Marrero,
Juan Piqueras.