«TE ARREGLARON LA VISTA YA CHICO»
Cuando me incorporé a mi destino, Tercio Sahariano Don Juan de Austria III de La Legión en Sidi Buya, procedente del BIR nº 1, en Enero de 1975, para mí las Islas Canarias eran algo muy distante, desconocido, hasta tal punto que jamás había hablado ni conocía a nadie nacido por allí. Sabía, eso sí, de algo de su folclore, de su acento al hablar y de su clima, más que nada a través de la TV y a los NO-DO que nos endilgaban en el cine, con sus tópicos y típicos. Meses más tarde pasé un mes o algo más en Las Palmas (sobre esa estancia ya comentaré algo en otro relato) y ya me hice una idea.
Durante el período de instrucción, a los recién llegados, nos alojaron en unas grandes tiendas de campaña circulares que estaban en la parte del cuartel más próxima a la Sahia. Al principio, como entiendo que era normal, todos estábamos un poco…, no sé si decir expectantes sobre cómo iba a ir aquello, de que se trataba, y nuestra única forma de conseguir información, intercambiar opiniones, era a través conversaciones o intercambio de noticias y conocimientos en el mesón de tropa, y a ser posible que procedieran de veteranos.
A los pocos días, entablé conversación con otro recién llegado, y al comentar la conversación con mis compañeros de tienda lo identifiqué como “canario” por su acento al hablar, un acento que debo decir que me encanta, y si es hablado por una mujer, entonces es que me pasaría horas escuchándola. Eso es algo que también me ocurre con la lengua francesa. Sobre lo de la lengua francesa, Sánchez Dragó comenta que es el único que obliga a hablarlo poniendo “morritos” ¿será por eso que me gusta en boca de una mujer?. Al referirme a esa conversación con un “canario” alguien dijo: ¿estás seguro que era canario ese compañero? Yo respondí: “ese acento es canario, lo he oído antes en la TV y es inconfundible”. Me aclaró que una cosa es el acento al hablar y otra cosa distinta era que fuera canario quién lo hablaba o “chicharrero”, y me advirtió, “ves con cuidado con esa diferencia, puedes tener problemas si llamas “canario” a un “chicharrero” o viceversa, especialmente después de una copas”.
Al decirme “ves con cuidado…”, lógicamente me interesé en los motivos de esa advertencia y me aclaró que entre los canarios y los chicarreros, es decir, entre los naturales de una provincia u otra. O sea, lo que la Wikipedia dice: Provincia de Canarias, nombre de la antigua provincia formada por el Archipiélago Canario (que englobaba a todas las Islas Canarias) en la circular de noviembre de 1833 con la que el secretario de estado de Fomento Javier de Burgos creó un estado centralizado dividido en 49 provincias. Esta provincia tenía su única capital en Santa Cruz de Tenerife. Tras la división provincial en 1927 esta provincia quedó integrada por la Provincia de Santa Cruz de Tenerife que englobó las islas occidentales de Canarias, mientras que la Provincia de Las Palmas abarcaba las islas orientales, existía una cierta rivalidad o inquina. No tengo ni idea sobre si esas diferencias surgen a partir de esas fechas o tienen un origen anterior y/o distinto. La verdad es que todo eso me resultó un poco extraño, chocante entre gente tan próxima geográfica e históricamente, al mismo tiempo que intrigante y motivo de curiosidad. Había oído hablar de localismos, de rencillas entre poblaciones próximas, había leído algo sobre ese tema en el libro de Diaz-Plaja “El Español y los Siete Pecados Capitales”, pero me seguía pareciendo algo raro.
Ante mis dudas e incredulidad, el compañero como “prueba del algodón” me preguntó: ¿porqué crees que los han ubicado en tiendas distintas y separadas los unos de los otros, y además cerca de la tienda de los cabos instructores?. Me pareció muy objetiva la pregunta, y a partir de ese momento decidí “empaparme” un poco en el tema.
Mi tienda estaba situada al través de las demás líneas, al fondo de ese pequeño campamento, cerca de donde estaba la oficina del coronel, el campo de deportes y un pequeño zoológico con fauna del territorio, en dirección al cuerpo de guardia, por lo que para dirigirme prácticamente a cualquier sitio de los que frecuentaba en aquél período de instrucción ya fuera el cine o el mesón, debía pasar entre las tiendas de canarios y chicarreros y también la de los instructores situadas en el otro extremo, o sea, a la entrada. Al llegar a su altura, siempre aminoraba el paso, o con cualquier disculpa me detenía movido por la curiosidad para oír y si era posible ver algo. Las conversaciones lógicamente eran las normales, excepto en alguna ocasión en que oí que se enviaban “cariñosos” saludos desde sus respectivas tiendas, por supuesto sin salir de ellas, vamos… telefonía sin hilos, hasta que un instructor imponía paz y silencio antes de que la cosa fuera a más.
La demostración palmaria y en este caso jocosa, de esas antipatías tuve ocasión de presenciarla pocos días después.
Al regresar del desayuno, nos formaron de la forma habitual entre dos filas de tiendas para dirigirnos hacia la zona de instrucción.
No tengo ni idea sobre si el uso de gafas de sol estaba prohibido o regulado entre la tropa. La verdad es que jamás vi a nadie en el cuartel con gafas sin que al mismo tiempo luciera algún tipo de galón. A nosotros, los que aún no habíamos jurado bandera, los cabos instructores (todos ellos con gafas de sol), nos habían advertido de su prohibición.
Sigamos… Canarios y chicharreros siempre formaban en las primeras filas dada la situación de sus tiendas en cabeza del campamento. Aquel día una vez formados, en posición de firmes y en completo silencio se escuchó la voz de un instructor diciendo: “A ver tú, quítate esas gafas ¿no sabes que está prohibido? a lo que alguien con acento de las islas respondió: “es que me molesta mucho el sol, mi cabo” El cabo: “pues si te molesta, pide visita médica y que te autoricen a llevarlas, mientras tanto quítatelas” De nuevo el acento isleño: “yo no voy a quitármelas mi cabo, luego me duelen los ojos” Silencio…. y de repente oímos una fuerte “palmada”, otra…. y otra. Desde mi posición un poco hacia atrás de la formación, veo salir a trompicones alguien de uniforme verde, tropieza y cae “desparramado” con las piernas y brazos abiertos, las gafas de lado y la gorra de faena con la visera girada hacia un lado. Tendido sobre los vientos de una tienda de campaña, parecía una araña instalada en su tela porque además era un tipo alto y delgado. Con un labio sangrando resoplaba como un toro.
Todos nos quedamos acojonadillos porque sabíamos que cuando un cabo instructor empezaba el día de mal humor, algunos lo acababan pagando tarde o temprano.
Se hizo un silencio sepulcral, una mosca volando se hubiera oído como un carro de la Bakali, hasta que desde dentro de la formación se oye una voz que a buen seguro no provenía de ningún legionario de la misma provincia que el “accidentado” preguntando en tono burlón y con aquel acento ¿Te arreglaron la vista ya chico?
Pocas veces he tenido unas ganas tan grandes y espontáneas de partirme de risa junto con las mismas ganas de reprimirlas. Aquella voz, aquél acento y en aquella situación tan atípica hubiera sido un clásico de TV de haberse grabado, vamos… que las “empanadillas de Móstoles” de Martes y Trece hubieran quedado en un puesto modesto de un imaginario ranking.
El cabo “causante” del accidente, empezó a dar gritos reclamando silencio y orden en la formación mientras reprimía sus ganas de reír como todos. Los demás cabos, por lo menos los que yo podía ver desde mi situación a la derecha de la formación, se refugiaron detrás de su tienda agachados, con las manos en sus rodillas desternillándose de risa y no aparecieron hasta que unos segundos después se recuperaron del ataque. Mientras, el otro con la mirada los buscaba a su alrededor para que le ayudaran a reconducir la situación.
Durante aquella mañana de instrucción se fueron oyendo risas espontáneas aquí y allá. Confieso que no podía reprimirme incluso mientras marcábamos el paso si la situación volvía a mi memoria.
Desde entonces, por si las moscas, cuando hablo con alguien y percibo ese acento, con cualquier disculpa le pregunto de que isla proviene. Si se me escapa alguna sonrisa al recordar esta anécdota, para evitar suspicacias, si es necesario le aclaro que mi sonrisa es debida a un caso que presencié, y cuando he llegado a relatarlo siempre ha sido oído con sonrisas o incluso risas y asentimientos con la cabeza, como confirmando que sigue siendo así.
Un abrazo a todos, incluidos canarios y chicharreros.
Crisóstomo, Miguel. (B)
La Legión, III Tercio
Sidi Buya. 1975
Añadido el 10-05-2013
Otros relatos del mismo autor:
Relato 084.- “MI ANGEL DE LA GUARDA, ‘PERET’ “
Relato 087.- “TE ARREGLARON LA VISTA YA CHICO”
Comentarios recientes