“RECORDANDO-VII ‘LOS DE REEMPLAZO’ “

EL CUARTEL
Quienes tuvimos la suerte de ser destinados a la capital, llegábamos al Cuartel con las ‘orejas tiesas’ en preaviso de las novatadas que nos esperaban por parte de los veteranos. Aunque nunca fui partidario de ellas, sin otra salida, como todos los novatos aguanté el tirón de aquellas inocentes, ridículas y pesadas bromas, después de todo veníamos de obtener un máster en el arte de asimilar putadas. Nunca las soporté, así que en cuanto pude, una vez abuelo, con la ayuda de algún compañero que pensaban de igual forma intentamos evitar que a nuestros ‘nietos’ se las hicieran, fracasamos rotundamente, la costumbre se hace Ley. Es que…, joder, nos veíamos reflejados en aquellas caras de susto aún marcadas por el sol y viento del campamento. Llegaban recelosos ante lo desconocido, cual inocentes corderos rodeados por manada de lobos hambrientos de diversión.
Una de las primeras indicaciones que nos dieron nada más poner pie en la plaza fue la asignación de camastro, armero y taquilla. Ya en la Compañía (al fondo de la foto que ilustra el texto) pude ver, ¡al fin!, toda una batería de estupendas duchas en las que podríamos quitar el polvo y sudor acumulado durante los tres meses de adiestramiento pues durante el periodo de instrucción nunca pudimos ducharnos como mandan los cánones al tener que pasar obligatoriamente, a la puta carrera, por debajo de un tubo que colgado del techo recorría un pasillo con forma de ‘U’ dejando caer delgadísimos chorros en hilillos de agua salobre; cuando a los siete segundos salías de aquel pasadizo, ya estabas seco e igual de sucio. La alegría que sentí al ver aquella estupenda instalación duró poco. Según me informaron, solamente te podrías duchar un día a la semana y a determinadas horas, siempre y cuando hubiera suficiente agua. Sinceramente, por más memoria que hago, no recuerdo si llegué a utilizarlas ya que mi cuarto de aseo quedó establecido de forma permanente en las piletas de lavar la ropa, donde nunca faltaba el agua.

UN BAÑO TURCO
Desconozco si fue por broma o a modo de favor, pero, lo cierto es que alguien apuntó la existencia en El Aaiún de unos baños turcos frecuentados principalmente por oriundos del lugar aunque estaban abiertos a todo el público que quisiera ir, ya fueran ‘nazarenos’ o ‘musulmanes’.
Tan desaliñados y sucios nos sentíamos, que faltó tiempo para que durante el primer permiso, junto con otros siete ‘magníficos’ compañeros de arena y sudores, armados hasta los dientes con estropajo y jabón ‘chimbo’(se decía que eliminaba mejor la mugre que los jabones perfumados con glicerinas) marcháramos decididos hacia aquel ‘balneario’ semienterrado y lúgubre, oculto en uno de los arrabales de El Aaiún. En cuanto nuestros ojos se habituaron a la oscuridad del sótano, en el que nunca nos adentraríamos de no haber ido en grupo, vimos que los bañistas eran todos nativos que sin pronunciar palabra, nos dijeron de todo; ni un sólo cristiano.
La pieza de aseo estaba distribuidos en tres o cuatro salas no muy grandes: una utilizada a modo de sauna o relax, otra para extraños masajes y una tercera que podría considerarse de ‘limpieza general’. Con la ayuda de unos cubos tomábamos el agua de una pequeña balsa que había interior de aquel antro, previamente calentada con leña por un moreno, presumiblemente esclavo, y, a base de enérgicas friegas, poco a poco conseguimos quitarnos los unos a los otros la pátina de ocre roña acumulada desde nuestra llegada al territorio. Tras el ‘bruñido’, quedamos relucientes como una patena.
El agua que se empleaba, una vez cumplida su purificadora función sobre nuestros cuerpos, era recogida por medio de unos estrechos canales que recorrían todo el piso del habitáculo saliendo directamente hacia la Saguia por una hueco abierto en la pared. Nunca quise saber si tan imprescindible y escaso elemento era vertido directamente a las arenas del desierto o nuevamente ‘reciclado’.
Ni que decir tiene, que nunca regresamos a aquellos baños, ni jamás volvimos a sentirnos tan limpios.

EL DESIERTO
Algunos meses más tarde, el compañero Sidi Mohamed guía e intérprete en puntuales patrullas, me detalló con su pausada entonación y esa aspirada `H´, que solamente ellos saben pronunciar contradiciendo la regla de su mutismo en nuestro idioma, que la llanura pedregosa se llamaba ; las agrupaciones de arbustos, único alimento que cabras y camellos encontraban en aquel desierto, ; el camello de silla un ; el arbolito de copa achatada indicadora del viento dominante, ; que el ancho y seco cauce que vi desde la ventanilla del avión al que todos decían Saguia…<Saguia–el-Hamra> fue un auténtico río, hoy fósil. Entonces reparé en el error cometido al enjuiciar a primera vista aquellas tierras y arrepentido, le di las gracias a esa suerte que cual puta traté, por haberme destinado al Sáhara. Desde entonces, el calor se fue haciendo más soportable, el “Siroco,” aguantable y el frío de la noche, tolerable.
Mi asesor particular en asuntos saharianos nuevamente acertó en su pronóstico al vaticinar: ¡¡Después del campamento vivirás como dios, todo el día por la calle!!. (Y las noches Paco, las noches también por las calles y barrios de El Aaiún).
Siendo la veteranía un medio de promoción y ascenso entre la tropa, naturalmente sin reconocimiento Oficial pero sí por los soldados de a pie, a la vez que esencial en la adquisición de esa experiencia que día a día te va dando conocimiento y habilidad para ‘capear’ órdenes, mandatos y broncas, haciéndote mes a mes un experto en el arte del ‘escaqueo’, lo cierto es que para los Agentes de la Territorial, salvo trabajos burocráticos, el resto de servicios a cumplir tenían lugar siempre fuera del Cuartel, en contacto directo con la población civil y así, poco a poco la vida se fue haciendo sino placentera, al menos aceptable dentro de las lógicas limitaciones.
Siempre había Policías de servicio o de patrulla fuera de los muros del acuartelamiento, –realmente vivimos la mili en las calles del Aaiún– y lo que resultaba más interesante, libres del férreo marcaje de sargentos y brigadas. El “ búscate la vida” empezó a funcionar con buenos resultados, podíamos ir y venir a nuestro antojo, eso sí, con la coartada preparada ante un imprevisto control por parte del superior de turno.

IMAGEN

Aunque no todos los días amanecían para salir de patrulla en plan de excursión campestre, en los días de aparente calma y tranquilidad, alguna que otra se llevó a cabo aprovechando el recorrido de aquella. Así turisteamos por el oasis del Messeied, pozo Farachi, la hermosa <> de sal que había en la pista de Hagunía; nos adentrábamos en la <> por el sencillo placer de percibir la inmensidad de la llanura y sentados sobre las dunas contemplábamos en vivo y directo, las puestas de sol que hoy solamente podemos ver y disfrutar en las postales. Aquellas patrullas, nos llevaron hasta las minas de fosfato y tuvimos el privilegio de recorrer metro a metro, en pleno desierto, la cinta transportadora a lo largo de sus 100 kilómetros, desde la explotación en Bucraa, hasta su terminal de carga en Cabeza de Playa.
Fue el único peaje cobrado al ejército a cambio de quince meses de nuestra juventud.
Cada patrulla o servicio a cumplir, estaba integrado por dos, cuatro o seis Agentes, dependiendo de las misiones a desempeñar, frecuentemente pautadas por los movimientos del ejército marroquí, la infiltración de sus agentes en el territorio y por la mayor o menor ‘actividad’ del Frente Polisario. Se controlaban calles, barrios de europeos y nativos, edificios, depósitos de agua así como todas las entradas y salidas por carretera de El Aaiún, resultando esto lo último de imposible cumplimiento, puesto que si no se pueden poner puertas al campo, más difícil resultaba tratar de colocarlas en el desierto. Los puestos de control eran fácilmente burlados por los nativos con sólo adentrarse en él a unos centenares de metros de dichos controles, cosa que hacían frecuentemente en la noche con las luces de sus Land-Rover apagadas. (no disponíamos ni de unos sencillos prismático, no digamos visores nocturnos). La falta de material adecuado era manifiesta.
Al principio de estos párrafos, había indicado la importancia del ‘santo y seña’, (…por la cuenta que nos traía le rezábamos todas las noches. Siempre lo llevábamos en la memoria, no podíamos olvidarnos de él..)
Tan seria preocupación tenía su razón de ser. Durante los servicios nocturnos, necesariamente teníamos que pasar muy cerca de los cuarteles del Aaiún, en los que lógicamente habían establecido su propio sistema de vigilancia; desde el interior en garitas y troneras, en el exterior, mediante soldados de refuerzo apostados en obscuros rincones.
Será a raíz de los atentados perpetrados contra el Cuartel y puesto de la Policía, (22 de enero de 1975) cuando la vigilancia de las instalaciones militares comenzó a hacerse de forma férrea y severa, pues los acontecimientos que empezaba a desencadenarse contra la presencia española en el Sáhara comenzaron a resultar seriamente peligrosos. Aquellas dos granadas lanzadas contra los Agentes que en formación pasaban retreta, dejando heridos a 29 Agentes 9 de ellos graves, de haber explosionado donde sus autores pretendían, es decir, en el centro de la formación, hoy con toda seguridad estaría recordando a más de 10 camaradas muertos por la metralla, alguno por su propio nombre y apellidos al formar parte de mi Unidad.
Así las cosas, ante la voz de:
–¡¡ ALTO, QUIEN VA !!,
–¡¡ SANTO Y SEÑA !! la respuesta no podía ni debía hacerse esperar, bajo pena de poner nervioso al centinela y entonces atenerse a las consecuencias: ¡SANTIAGO-SALAMANCA!,¡DE LA TERRITORIAL EN SERVICIO!.
Recuerdo especialmente un puesto de control que de forma permanente la Policía mantenía en Sidi-Buya, justo enfrente del Acuartelamiento del Tercio. Llegar hasta aquél lugar durante el servicio nocturno, frecuentemente a altas horas de la madrugada, ya suponía para nosotros todo un acto de valentía, pues los ‘legías’ debían de haber afinado el gatillo de su Cetme ‘al pelo’ y rara era la noche en la que no ‘cazaban’ un asno, perro o camello, precisamente por no saberse el “santo y seña”.

LOS VETERANOS
A falta de cabo, se hacía responsable de la patrulla el Agente más veterano. Él tomaba las decisiones y daba las órdenes, incluso ante situaciones inesperadas que requerían una actuación inmediata. En aquellos tiempos no existía ese artefacto tan imprescindible en la vida actual llamado móvil, ni disponíamos de una simple emisora para comunicarnos con la Base. Reitero: La falta de material adecuado en aquellos años era manifiesta.
En honor de aquellos VETERANOS que nos precedieron y fueron NUESTROS VERDADEROS MAESTROS, he de significar que siempre cumplieron con su deber y cometido como auténticos profesionales. Fueron prudentes a la hora de tomar decisiones, valorando con cautela y precaución los posibles riesgos antes adoptar cualquier tipo de intervención que pudiera comprometer la seguridad sus compañeros, entre estos, algún que otro novato que aún mantenía imborrable las ‘pinturas de guerra’ que la ‘novatada’ había dejado en su piel. Pero aquello había quedado atrás. Merecidamente, se ganaron el perdón por su ejemplar comportamiento y especial atención, hacia los ‘nuevos’. Nos enseñaron a donde podíamos ir y a donde no deberíamos ir nunca; nos aleccionaron en la forma de patrullar con seguridad por barrios y callejas, a intuir situaciones de peligro, a guardarnos las espaldas los unos a los otros. De ellos tomé buen ejemplo para cuando me llegara el turno.

Urrieles Dobra, Mateo. 26-03-2005
Policía Territorial


Otros relatos del mismo autor:
Relato 010a.- “RECORDANDO-I ‘INICIO’ “
Relato 010b.- “RECORDANDO-II ‘LA DUDA’ “
Relato 010c.- “RECORDANDO-III ‘HATARRAMBLA’ “
Relato 010d.- “RECORDANDO-IV ‘AUTORIDAD Y DISCIPLINA’ “
Relato 010e.- “RECORDANDO-V ‘EL CUARTEL’ “
Relato 010f.- “RECORDANDO-VI ‘EN EL AAIÚN. DE REGRESO’ “
Relato 010g.- “RECORDANDO-VII ‘LOS DE REEMPLAZO’ “