«REFLEXIONES PERSONALES SOBRE LA MILI EN EL SÁHARA»
PRIMER CAPITULO
Invitado por la sugerencia que hace nuestro admirado Juan Piqueras, que ha conseguido hacer revivir pasajes de nuestra vida que creíamos olvidados, me lanzo a recordar vivencias, sin ánimo autobiográfico, que quizá no consiga, ya que lo que pretendo, humildemente, es recoger las diferentes experiencias y situaciones que una parte de nuestra juventud tuvo que asumir, posiblemente como la primera vez que nos exponíamos a algo nuevo, difícil y nada atractivo.
Quisiera empezar por decir que en aquellos años de finales de los sesenta (personalmente mi experiencia empieza un 7 de Octubre de 1.968, en Madrid, y finaliza el 17 de Diciembre de 1.969, despegando de El Aaiún hacia Las Palmas, ya de civil) la sociedad española tenía una estructura diferente, que trataré de resumir: la mayoría de los soldados, que estaban entre los 21-22 años, eran trabajadores por cuenta ajena, con un alto porcentaje de trabajadores manuales y agrícolas, mucho menor de oficinistas y similares, con novia «formal» en muchos casos, y viviendo en casa de los padres, esperando la vuelta a la Península para, en cuanto fuera posible, casarse y formar una familia. Este conglomerado de personas, que van a pasar juntos mas de un año, sin conocerse de antes, forma una experiencia que solo puede compararse a la que hubieran podido tener alumnos que estudiasen en un internado, pero hay que reconocer que para la mayoría era la primera salida de casa, con todo lo que ello suponía, el cambio de las comidas de nuestras madres a dietas menos preparadas , el tener que buscar nuevos amigos entre los compañeros, y todo eso, en una disciplina de obediencia en la que había que apechugar con todo, incluso lo que no te gustaba.
Casi todo el mundo iba con cierta aprensión, por informaciones de gente que había estado allí antes, y que mitad por darse valor, mitad por acongojarte (ponerte los congojos de corbata) te contaban cosas terribles, como el calor diurno, la falta de agua dulce, los pelados al cero, las condiciones del BIR en cuanto a falta de aseos y letrinas, perolas que se limpiaban con tierra, y mas cosas en ese sentido. Todo unido a la sensación de abandonar una vida mas o menos cómoda por otra mas difícil y complicada..
Mi experiencia personal de entrada en el Sahara fue, por decirlo así, a cámara lenta, pero por eso mismo no resultó tan traumática, porque dispuse de diez días para irme acoplando, junto con otras personas. Pertenezco al colectivo, más numeroso de lo que podéis pensar, que el día anterior a la salida general, mas o menos el 25 de Septiembre de 1.968, alegó exceso de dioptrías (llevaba gafas desde los trece años) porque estaba enterado de que los reclutas que tuvieran entre diez y catorce dioptrías pasaban a servicios auxiliares, que venía a ser como una excedencia de cupo, puesto que no te asignaban destino, y obviamente no te incorporabas a filas. Junto a mí, en la Caja de Reclutas 111, de Madrid, otro miope, un sordo y un cardíaco se manifestaban de la misma forma, y tras un alegato patriótico-disuasorio de un teniente, visto que nos manteníamos firmes en nuestra decisión, nos mandó al Hospital Militar Gómez Ulla, que todavía existe por cierto, a pasar un reconocimiento médico y ser evaluados, tras dicho reconocimiento, por un Tribunal Médico-Militar.
Ese mismo día pasamos reconocimiento, quedando pendientes de convocatoria para el Tribunal Médico, y mientras el sordo y el cardiaco ingresaron en el Hospital, con sus pijamas y todo, a los dos miopes nos mandaron a casa.
El día 7 de Octubre fuimos convocados al Tribunal Médico-Militar, y comprobé, con sorpresa, que había no menos de trescientas personas haciendo cola, y que incluso había dos convocatorias mas para días sucesivos. Allí había reclutas con destino en la Península, en Ceuta, Melilla, Canarias e Infantería de Marina (éstos últimos «disfrutaban» de seis meses mas de mili, aunque no fueran a África, pero sí fuera de su domicilio habitual, bien en Cartagena, San Fernando o sitio de costa).
Este hecho me da motivo para una reflexión: en aquellos años, evidentemente, no existía ni se reconocía la objeción de conciencia, la insumisión se castigaba con cárcel y posterior servicio militar en batallón disciplinario, así que la única vía de escape era la objeción por motivos de salud. Por tanto, todo aquel que tenía deformidades en los pies, o en las manos, miopías, alguna taquicardia, algún proceso infeccioso anterior tipo hepatitis, lo alegaba con toda la esperanza del mundo.
No quiero entrar en cuantos casos estaban justificados o no, pero es cierto que en algunos casos se detectaron inutilidades con el recluta ya en el BIR, y por eso tengo la impresión de que el Tribunal Médico-Militar hacía tabla rasa. Mi comparecencia duró diez segundos, el tiempo justo que un Oficial, tras leer mi nombre dijera «Apto». A mi compañero «de dioptrías» le dijeron lo mismo, y ahí nos tienes en el barrio de Carabanchel de Madrid sin que nadie nos informara de los pasos a seguir, porque el Tribunal Médico-Militar no estaba, evidentemente, para esos menesteres.
Como nuestro reemplazo ya estaba en el Sahara desde finales de Septiembre, la incorporación de los «enfermitos» dados como aptos se producía de modo individual, según iban saliendo los dictámenes del Tribunal Médico-Militar. Así que, obsequiados por nuestra Caja de Reclutas con un billete gratuito hasta El Aaiún en la modalidad tren mas barco, iniciamos el mismo día 7 de Octubre de 1.968, por la noche, nuestro primer recorrido: Madrid-Cádiz. El Ejercito era tan generoso que te pagaba un billete de 3ª clase, pero incluso en aquellos tiempos RENFE se estaba modernizando y la 3ª clase estaba desapareciendo, así que de Madrid a Cádiz no había tren directo en esa clase, de modo que para ahorrarnos incomodidades, aflojamos de nuestros bolsillos la diferencia para poder subir al expreso en 2ª clase, que era la mas barata en ese tren, pero tenía la ventaja de ser sin trasbordo en Sevilla, y mas rápido. Aun así, eran diez-once horas de viaje.
La experiencia del veterano se adquiere con el tiempo de mili, pero para dos reclutas recién llegados a Cádiz, lo primero que se nos ocurrió, pues nadie nos había orientado lo mas mínimo, es ir al puerto y preguntar por el barco a Las Palmas, como si fuese tan fácil como coger un taxi, pero tras muchas preguntas y algunas respuestas, nos informaron de la existencia del cuartel de transeúntes, y decidimos darnos al pescaito frito, afeitarnos en una peluquería y disfrutar de una horas de libertad yendo al cine. Recuerdo todavía la película, «Sola en la oscuridad» en la que: Audrey Hepburn ciega, es perseguida por un asesino dentro de su propia vivienda. A última hora de la tarde, decidimos entregarnos a las fuerzas militares.
El cuartel de transeúntes de Cádiz, en el año 1968, estaba en la parte del istmo, junto a una Plaza de Toros que ya no existe, y se había dedicado parte de un pabellón para los soldados en tránsito hacia Canarias y el Sahara. Allí se encontraban nuestros nuevos compañeros, cada uno con su causa o motivo. Entre ellos, dos desertores de Paracas, que tras una pena de cárcel, iban destinados al Batallón de Cabrerizas a finalizar su período de mili pendiente. Otros dos chavales, se incorporaban tras haber sido dados de baja durante un año a causa de enfermedad , incluso uno de ellos tenía que volver al Sahara para completar cuarenta días que le quedaban, sin posibilidad de realizarlos en la Península, pese a tener los pulmones bastante delicados. El resto, como nosotros o alguna prórroga por exámenes, u otras circunstancias personales. Este pequeño colectivo, de unas diez personas, permaneció en Cádiz hasta el 12 de Octubre, sin hacer otra cosa que dormir de noche echar la siesta por la tarde y pasear en el tiempo libre por la ciudad y sus playas, hasta que ese día (El Pilar) a las 12 de la mañana, en el barco de transporte regular de pasajeros Plus Ultra, partimos hacia Las Palmas. En el barco se incorporaron unos veinte legionarios, al mando de un cabo de diecinueve años, que llevaba unas gafas Rayban de las que no se desprendía ni de noche, y que gozaba como un enano cuando a la mínima, mandaba cuadrarse a legionarios diez años mayores que él, y les soltaba unas hostias en plena cara, que me extrañó que llegara a Las Palmas sin que cayera por la borda. Nosotros, todavía de paisano, con nuestro cabello aun intocado, y sin ningún mando directo sobre nosotros, parecíamos un grupito de turistas mochileros camino de las Canarias.
El Plus Ultra, del que hay fotos en la página de Juan, había sido botado por primera vez en 1.928, desplazaba 4.300 Toneladas, y estaba un poco cascadito a sus 40 años de servicio. Disponía de tres categorías de alojamiento, camarotes de 1ª, 2ª y 3ª clase, con sus restaurantes respectivos, y el destinado a los pasajeros menos pudientes, digamos una 4ª clase, estaba situado bajo la cubierta de proa. Era una cámara dividida en dos zonas, en la que se montaban literas dobles, dotadas con una colchoneta de gomaespuma, sucia hasta decir basta. Al lado el cuarto de lavabos, letrinas y duchas, y un poco mas arriba el restaurante de 3ª clase en el que haríamos el desayuno, comida y cena durante nuestra travesía. En la cámara citada se amontonaban aparte de la reclutada y los legionarios, otros personajes, entre ellos un hombre pequeñito, que alardeaba de tener veintiún hijos, y como no le creíamos nos enseñó una foto en la que estaba retratado junto con su familia con el mismísimo Franco, y es que había sido premiado como familia numerosa de primer orden. También viajaban una pareja de suecos medio hippies, y la nórdica, típico producto escandinavo, rubia, escultural, fría y seria, supuso para algunos un desahogo mínimo, porque los pellizcos y toqueteos eran constantes, y aunque en ocasiones se defendía, junto a su novio o compañero, la verdad es que estaba en una posición de desventaja increíble. No es para estar orgullosos de nuestra actitud, simplemente recuerdo lo que sucedió, de todas formas el capitán del barco les consiguió un camarote de 3ª clase para que al menos por la noche la cosa no pasara a mayores. También venía un saharaui de raza negra, que perdió todas sus pertenencias j jugando a las cartas, y pretendía denunciar que le habían robado sin que nadie le hiciera caso. Todo ese pequeño universo navegó durante dos días y medio, hasta que el lunes 14, sobre las nueve de la noche atracamos en el puerto de Las Palmas. Allí, el que tenía dinero (no era mi caso ni el de la mayoría) pasó del cuartel de transeúntes y se buscó alojamiento por su cuenta, y el resto nos desplazamos al barrio de la Isleta, donde se ubicaba el alojamiento de transeúntes. Las condiciones de alojamiento eran peores que en Cádiz, dos barracones de madera en mitad de un descampado, aunque dentro del recinto militar, uno para los legionarios, otro para los reclutas, similares a los que íbamos a encontrar muy pronto en el BIR. El recuerdo mas penoso era la falta de agua, debía estar cortada o racionada, y después de una cena de garbanzos con callos regada con medio vasito de sangría dulce, asaltamos la cocina, que sí disponía de agua corriente, y bebimos toda la que pudimos hasta que nos echaron a cinchazos y golpes los veteranos del cuartel que acudieron a ayudar a sus compañeros.
Todo este viaje, que ya duraba una semana, sin ninguna obligación de tipo militar, parecía algo absurdo e ilógico, de turistas a pensión completa en ruta hacia un destino que no llegaba nunca. Lo ilógico, es que el primer trabajo que hicimos fue recoger piedrecitas de una zona, para meterlas en una latita, y depositarlas en otra parte, con la excusa de allanar un camino de tierra. Simplemente era por tenernos ocupados hasta la tarde, en que salíamos a pasear, e incluso a bañarnos en la Playa de las Canteras.
Por fin el 16 por la tarde, cuarenta y ocho horas después de haber llegado a Las Palmas, nos llevaron al puerto para tomar un último barco, de los llamados «correíllos». No he conseguido recordar si era el «León y Castillo» o el «Viera y Clavijo», desde luego sé que era uno de los dos, y parecían barcos de juguete, de hecho el barco estaba por debajo del nivel del muelle, esto es que en vez de subir al barco, bajabas a él, y como de costumbre, aunque ya lo suponíamos, el que quería cama se la tenía que pagar, y respecto a comida, peor que en el Plus Ultra, con un bocadillo de mortadela por cena y un plátano de postre, emprendimos la ruta de las actuales pateras pero en dirección contraria, esto es de Canarias al Sahara. Así que tras una noche tirados como perrillos por la cubierta del barco, salvo los pudientes que, como dije antes, se pudieron pagar una cama, amanecimos en el típico día soleado pero no caluroso con Playa Aaiún ante nuestros ojos. Un poco mas tarde, y ya mas cerca de la costa, se aproximó un anfibio que en una maniobra fácil nos trasladó sin problemas hasta la costa. Otros compañeros debían seguir viaje hasta Villa Cisneros, y según me comentaron meses después, en que tuve ocasión de ver a uno de ellos, trasladado al Aaiún, no se había previsto darles mas comida en todo el viaje así que el que no tenía ya dinero solo recibió mendrugos de pan fritos en aceite, que les daba por caridad el cocinero del barco, porque el Ejercito no había previsto que un bocata de mortadela no es suficiente para mas de veinticuatro horas. En cuanto a nosotros, como ya he dicho, un 17 de Octubre por la mañana, once días mas tarde de mi salida de Madrid, tocamos tierra del continente africano.
SEGUNDO CAPÍTULO
El siguiente paso fue el traslado hasta el BIR, aunque haciendo una pequeña escala para dejar a los dos desertores de paracas que cité en el anterior capítulo, y que debían cumplir su resto de servicio militar en Cabrerizas. No sé que táctica pensaban desarrollar, pero lo que nos asombró es que se pusieran traje, corbata, zapatos relucientes y unas maletas caras tipo samsonite para ingresar en un batallón disciplinario. Años mas tarde he leído que una persona bien vestida es tratada con mas respeto que una vestida mas informal, y que psicológicamente, la primera impresión es la que predomina, con lo que la baza de dar buena imagen y crear un sentimiento de «gente de clase» podía serles de utilidad. En todo caso, fue la última vez que les vimos, pero nos quedó grabada la imagen de esas dos personas, vestidas como para una boda, entrando en el cuartel.
No recuerdo muy bien nuestros primeros pasos dentro del BIR, aunque supongo que estaríamos en las oficinas registrando nuestra llegada, así que el primer impacto que tengo en la memoria es al irnos acercando a los barracones, ver centenares de personas en bañador, uno tipo slip de color negro con dos rayas blancas en los costados, completamente pelados al cero (o así me lo pareció) y observándonos con curiosidad a los recién llegados, todavía de paisano y con el pelo mas bien largo, ya que nadie había querido ir a la peluquería en el último mes sabiendo lo que nos esperaba. La imagen me recordaba la de una especie de zoológico, reserva animal, o campo de concentración, todo mezclado, no veía a esas personas como mis futuros compañeros. La puntilla fue la siguiente escena, y supongo que muchos la recordareis: se ponían las barras de pan (chuscos) sobre unas mantas, al extremo de una calle entre barracones. Con la gente formada, se avanzaba (un golpe de silbato por fila) a coger el pan, que para los de la primera fila era cómodo, porque estaba justo delante, pero según iban avanzando las siguientes filas, los auxiliares y veteranos veían mas divertido que cogieras el pan a la puta carrera, así que si estabas de los últimos te dabas una carrerita de quince – veinte metros, llegabas al pan , lo cogías y te ibas a tu barracón a cambiarte de ropa para el almuerzo. Esa escena, que en días siguientes tuve que representar ya integrado en la compañía, vista desde fuera, el primer día, me pareció lo mas lamentable que tuve ocasión de presenciar en todo el tiempo que estuve allí. Claro está que llegaba, como todos, a una experiencia nueva, pero sin duda, fue la que mas me quedó en la retina como de baja dignidad en el respeto al ser humano, al verlos casi desnudos, el pelo al cero y corriendo a coger una barra de pan entre risas, amenazas y alguna colleja de los auxiliares veteranos, de los que también es cierto, no guardo ningún buen recuerdo de ellos, ni siquiera de uno. Eran unos tipos semianalfabetos, pero engreídos, con inmunidad de acción, y que te trataban mal, sin mas lógica, que porque eras un puto recluta. Otra cosa, y hay que decirlo así, eran los cabos y aún mejor los cabos primeros, gente muy maja, que procedían de anteriores reemplazos, aunque evidentemente no podían indisponerse contra su propia gente que les hacía la parte mas pesada del trabajo.
Una ventaja de haber llegado mas tarde es que no había Cetmes en aquel momento para todos, una desventaja es que se decía que había que repetir campamento, e incluso que cuando tu reemplazo se licenciase, deberías quedarte a recuperar los días «perdidos». De momento, hacer instrucción con una mano en el cinturón y otra para bracear parecía un chiste de Gila, pero os juro que estuvimos así hasta el 1 de Noviembre, en total trece días, hasta que , en mi caso, me dieron un cacharro sucio y lleno de arena, que automáticamente, según los auxiliares, pasó a estar guarro porque lo trataba mal Y estaba recién entregado ! Debo deciros que con aquel Cetme no disparé un solo tiro, porque el mecanismo de cerrojo estaba obstruido con tanta arena que mas parecía cemento. Para el caso, daba lo mismo, se trataba de llevarlo para fines no bélicos, sino estéticos, no queda bien hacer orden abierto con las manos en los bolsillos y para desfilar no es muy vistoso ver a seis-siete personas sin el arma reglamentaria.
La vida en el BIR creo que para todos ha sido muy similar, y tampoco pretendo contar mi vida. Pero creo, objetivamente, que las condiciones eran realmente malas, las higiénicas ni te cuento. Como ejemplo, en el año 1.974 hice un viaje por Alemania, y estaba interesado en conocer como eran los campos de concentración nazis, de modo que nos acercamos a uno de los mas conocidos, Dachau, en las afueras de Múnich. El campo estaba reconstruido, con sus alambradas eléctricas, foso, torretas de vigilancia, hornos crematorios, y había un barracón que reproducía las mismas instalaciones que tenían los presos de los nazis en los años de la 2ª Guerra Mundial. Pues bien ante mi estupor, el barracón que era de un tamaño triple al del BIR, también de madera, tenía dependencias con lavabos y tazas de wáter en su interior, agua corriente, sala de comedor y estaba destinado, como digo a presos de los nazis. Nosotros éramos soldados del Ejercito español y estábamos en condiciones higiénicas muy inferiores a los detenidos en campos de concentración… y casi treinta años mas tarde. En los años 40 Dachau estaba en pleno campo, completamente aislado de toda población y casi clandestino porque como sabéis la existencia de los campos de concentración era sistemáticamente negada por el régimen nazi, hasta que una vez acabada la guerra, se pudo comprobar la verdad por los testimonios dejados.
Por razones que no recuerdo, la Jura de Bandera se iba a celebrar el 1 de Diciembre, por lo visto un poco antes que años anteriores, de modo que, teniendo en cuenta que mi primer Cetme se me entregó el 1 de Noviembre solo tuve un mes de BIR a toda pastilla. Para los que tengan la paciencia o la curiosidad de leer estos recuerdos, y si estuvieron en esas fechas, les diré que estaba destinado en la 5ª Compañía, 7º Barracón y que los tenientes de la misma se llamaban Soler y Cedrés de la Calle. Este último era el que correspondía a mi Sección, tenía mas o menos nuestra edad, 23 años, y poseía un coche descapotable con pinta deportivo, aunque creo que no era una marca de las buenas. Era mas infantil que cualquiera de nosotros, muy buena persona, y le encantaba el orden abierto, atacar en las dunas a supuestos enemigos. Yo creo que de haber habido una guerra en ese momento, sería de los pocos que se hubieran alegrado.
Por fin, tras varios servicios de cocinas, perolas, obras, cuarteleros, imaginarias, instrucción cerrada, abierta, helados del Canario, clase teórica, concursar en «Cesta y Puntos», dos o tres prácticas de tiro, tirar una bomba de mano sin metralla y desenroscada previamente por un cabo, llegó el día de la Jura, en que como podréis suponer, se celebró en la mas estricta intimidad, salvo algunos familiares de compañeros de Canarias. A las cinco de la tarde el 90% de la gente estaba completamente borracha, y a las nueve dormida. Pero supongo que para olvidar la depre era lo mejor. Ahora hay teléfonos móviles, internet, pero entonces, solo con el correo ordinario el contacto no era tan inmediato ni tan directo.
El correo, como digo, era el principal punto de contacto con nuestros padres, novias, amigos, y si venía acompañado de algún paquete con productos de casa, mejor aún, aunque el hecho de no disponer de taquillas te hacía ser mas desconfiado ante posibles saqueos. Otro de los recuerdos es la mezcla de nostalgia, desconfianza y resignación que invadía a los que tenían novia. Aquellos que procedían del mundo rural, tanto por cultura como por vivir en pequeños pueblos sabían que la novia les guardaba la ausencia, o en todo caso, sabían de sus pasos y andanzas no solo por lo que ellas les contaban sino por informaciones de otros parientes y amigos. Para estas «viudas» temporales, nuestro mejor homenaje. En otros casos, los ataques de cuernos estaban mas o menos motivados, depende de cada caso en particular, pero había gente muy susceptible, y tenías que ir con cuidado al tratar algunos temas de infidelidad porque había mas de uno que se sentía aludido. Un caso que me sorprendió, sobre todo en el tiempo aquel y en España, es que mi compañero de dioptrías, el que fue mi colega desde el inicio del viaje, y del que poco a poco fui perdiendo contacto, al destinarle a otra Compañía, y después a otro destino, había pactado con su pareja un tiempo de libertad sexual, sobre el que no se preguntarían al volver a juntarse después del tiempo de servicio militar.
Obviamente, me decía él, las posibilidades están a su favor, ella está en Madrid y tiene amigos, yo estoy aquí y el desahogo mas normal será pajearse, pero prefiero haber elegido esta solución que continuar una relación con engaños. Esta muestra de liberalidad no la he encontrado ni en parejas mas jóvenes, al menos en cuanto a asumir que la distancia genera riesgos. Para los que en aquel momento no tenían novia, entre los que me contaba, y visto desde fuera, era lo cierto que resultaba ventajosa la situación de no comprometido.
El sexo en el BIR: bueno, es cierto que se ha hablado de la Jana, a la que no creo siquiera haber conocido, parece ser que existió por lo que cuentan otros compañeros, pero independientemente de ese caso, las posibilidades de mantener relaciones sexuales (con mujeres) en el BIR eran inexistentes, pero también es cierto que el mucho tute que llevábamos a lo largo de todo el día, y que no vimos a mujeres españolas hasta el día de la Jura de Bandera, y de lejos, los incentivos o deseos estaban muy amortiguados, de tal forma que no creo que hiciese falta ni bromuro para mantenernos calmados. Digamos que el sexo se quedaba al margen de nuestras actividades, al menos por lo que conozco. Sí me contaron una anécdota, y es que en una fiestecilla de un grupo de soldados, con alcohol y no sé si alguna sustancia mas, a uno de ellos, que decían que era muy lampiño, sin pelo en el cuerpo, se le ocurrió disfrazarse de odalisca y bailar una danza del vientre y que uno de sus compañeros se abalanzó sobre él y le comió a besos y toqueteos, hasta el punto que el suceso acabó a golpes y con una denuncia al Oficial de Guardia. Pero esto me lo contaron por varios sitios, por eso creo que algo habría de cierto, pero no sé hasta que punto.
Retomando la historia, unos días mas tarde de la Jura nos leyeron los destinos, y el mío fue a Red Permanente, que para mucha gente, incluso la que ha estado en Sahara resulta desconocido. La Red Permanente era (y creo que es) un Regimiento del Arma de Ingenieros pero con autonomía propia, que tenía encomendado el mantenimiento de las comunicaciones entre todas las Unidades Militares del Ejército Español. Para el Sahara, se contaba con una Compañía, con dotación principal en el Aaiún y una Sección en Villa Cisneros . En el Aaiún disponíamos de una sede central en la Avenida del Ejercito, muy cerca de la parte trasera del cine Las Dunas y relativamente cerca del cuartel de Artillería, y dos instalaciones en las afueras, que se llamaban, con mucha originalidad, Barracón y Barracones, donde se ubicaban las antenas. Barracón tenía un solo Barracón, y Barracones dos. De ahí su nombre, como digo, muy original. Pero en el momento de leer los destinos no sabíamos nada de ello, solamente que era una Unidad pequeña, y lo que luego resultó ser un bulo, que se hacía un curso en la Península, cerca de Madrid, con palomas mensajeras. Quizá eso hubiese sido verdad en tiempos mas remotos, pero en aquellos años se apostaba por la tecnología.
Al mismo tiempo, nos dieron otra noticia: los que nos habíamos incorporado mas tarde teníamos que prolongar nuestra estancia en el BIR un mes mas, hasta después de Año Nuevo, para finalizar nuestra preparación. Incluso los que se incorporaron con mas de un mes de retraso tenían que repetir todo el campamento, así que les quedaba BIR para rato.
A mediados de mes se marcharon los compañeros a sus destinos, salvo los «repetidores», de tal forma que cada Compañía se juntó en un solo barracón, y aún sobraba sitio, en el que estábamos los auxiliares y los recién jurados, ya todos soldados. Los cabos y los primeros conservaron sus habituales alojamientos en el que tenían su pequeño chiscón en diferentes barracones. Así pues, contando el personal destinado en el BIR y los provisionales, no creo que llegásemos a las doscientas cincuenta personas.
Así comenzó una nueva etapa, la del BIR en plan balneario. Lo dejaré para otro capítulo.
TERCER CAPÍTULO
Como de la noche al día todo cambió: Los Auxiliares se convirtieron en compañeros, se acabaron las voces de mando, la instrucción, las clases. La verdad es que impresionaba ver el BIR tan vacío, y sobre todo tan silencioso. Al haber menos gente, los servicios eran mas frecuentes pero sin ningún tipo de agobio o prisa, recuerdo que había que pasar por cocina dos días a la semana, pero al mismo tiempo los rancheros se permitían mas virguerías de cocinero de restaurante, al tener mas tiempo disponible y menos gente a la que alimentar, de modo que la calidad de los menús, en ese mes, fue la mejor que tuve en todo el servicio militar. La disciplina estaba mas relajada, se aproximaban las fechas de Navidad, y se volvía paulatinamente a un ambiente mas civil que militar. Por ejemplo, en la época dura, el toque de diana nos pillaba ya vestidos, con la cama hecha, y salíamos de naja al primer sonido de la corneta. Ahora , escuchábamos la diana dentro de nuestras camitas, y poco a poco, nos incorporábamos a la rutina de no hacer nada salvo que tuvieras servicio. El siguiente reemplazo no llegaría hasta finales de Enero del 69, para entonces ya me habría incorporado a mi destino en el Aaiún. Por cierto, si recordáis, uno de mis compañeros que alegó problemas cardíacos al principio de esta historia, apareció por allí un poco antes de la Jura, al final le habían declarado apto, pese a que según el, tenia una arritmia, y era de los que tuvo que repetir todo el campamento. El hecho de repetir tampoco era lo mismo que ser recluta, ya tenías una cierta veteranía frente a los que llegase de nuevas, y de hecho ya se enchufó en la Plana Mayor para que su estancia allí fuese lo mas cómoda posible. Además su presunta enfermedad le sirvió de salvoconducto cuando había que realizar esfuerzos físicos, ya que ningún mando quería apechugar con una posible crisis cardíaca por obligarle a pasos ligeros o gimnasias.
Recuerdo mi primera y única guardia de armas: como había poca gente, los auxiliares y gente de la Plana pidieron a los Mandos que los que estábamos «retenidos» hiciésemos también servicios de armas, así que como no disponía de equipación, tuve que pedir: unas cartucheras a un compañero, unas gafas a otro, un pañuelo tipo «siroquero» a otro, un Cetme reglamentario y que estuviese utilizable a otro, de tal modo que iba con mas cosas prestadas que mías. Fue la única que hice, y se me hizo interminable. Afortunadamente, la disciplina se había relajado, porque a primera hora de la mañana, en el izado de bandera, la misma ceremonia que se hacía con todas las Compañías formadas en el patio central, ahora se desarrollaba en la mas estricta intimidad. Y es que en lugar de estar en mi puesto al lado del piquete junto a la bandera, como era mi primera vez, se me fue la olla, y estaba en la cocina desayunando tan ricamente bollitos y cola-cao, de los que luego me iba a llevar la parte de los compañeros que estaban en el cuerpo de guardia, Así que, al regreso, me cayó una bronca que pensé que iba ser enchironado el resto de mi estancia en el BIR. Pero como no había tenido trascendencia, y el teniente debía ser buena persona, y era cierto que era mi primera guardia y me despisté un poco con el horario, la amenaza de «paquete» no se concretó. Por cierto, que a mi regreso al barracón, fui felicitado por los auxiliares, que me dijeron que solo ahora podía decir que era un soldado. De la historia del olvido de ir a formar junto a la bandera no se enteraron, o en todo caso, no me dijeron nada.
De las Navidades: recuerdo mucha comida, mucha bebida, poco trabajo y alguna sesión de cine como extraordinario. Como también fue extraordinario la tarde de Navidad. Lógicamente al no haber nada que hacer nos quedamos dormidos después de la comida en el barracón, cuando mira por donde, entró el cabo primero, diciendo eso tan conocido de «un numerito». Para los que no se acuerden de que iba eso, explico que se trataba de elegir a voluntarios para alguna putadilla, y el sistema para hacerlo mas imparcial consistía en que si se decía «cuatro», por ejemplo, se iba contando entre los presentes, y cada cuatro personas, pues eso, un «voluntario». El trabajo a realizar, porque como suponéis, fui uno de los agraciados con el sorteo, consistió en ir a la cocina del Pabellón de Oficiales y fregar cientos de platos, cubiertos, vasos, copas y decenas de cacerolas, porque parece que toda la Oficialidad de El Aaiún y sus familias decidieron hacer la comida de Navidad allí. Al menos había agua en abundancia, para ellos no había arena con que limpiar perolas. Bueno, pues creo que hasta la fecha ninguna Navidad me ha tocado currar tanto en la cocina, así que todavía mantengo mi propio record Guinnes de tareas domésticas en Navidad, conseguido un 25 de Diciembre de 1.968. Otro recuerdo que tengo, éste mejor, es el de una tarde, en el que nos apuntamos dos o tres compañeros a un viaje a el Aaiún, había que llevar algo (no recuerdo que) al cuartel de Ingenieros, pero como íbamos de faena no nos permitieron salir de allí. Solo pudimos ver la ciudad desde la caja del camión, pero al regreso al BIR, a la caída de la tarde, paramos en unas dunas que había a mitad de camino, y también tengo el impacto de una imagen preciosa, con el atardecer la arena se había vuelto de color dorado que luego pasó a naranja según se iba poniendo el sol. Hacía un ligero vientecillo, y los granos de arena al volar, parecían tener luz propia. Resultó un momento mágico, al estar tan solos, y con un silencio como pocas veces el hombre tiene ocasión de percibir.
Por fin, tras las fiestas de Navidad, pasado Reyes, nos incorporamos a nuestras unidades los repetidores de un mes de BIR, que fue prácticamente de descanso como ya he contado. En Red Permanente me asignaron a la oficina de personal, que estaba en la sede central, en la Avenida del Ejercito. El edifico tenía la apariencia de un fuerte, de forma cuadrada, con un patio interior de la misma forma. La planta superior era una superficie diáfana, salvo la que daba a la Avenida , en la que había dos torreoncitos con el techo en la típica forma semiesférica. En una de ellos se ubicaba la oficina de personal. dotada con dos maquinas de escribir manuales y una calculadora de manivela. Los compañeros en esa sede central eran mas o menos nueve, y digo mas o menos, porque cuando me incorporé, uno estaba a punto de marcharse licenciado, así que la distribución normal era: dos personas para la oficina de personal, uno para la de material, uno para trabajar en la oficina del Gobernador General, tres para el manejo de teletipos, un cartero y un ordenanza-asistente al servicio del Oficial de Mando. Los aparatos de telecomunicación eran manejados por Suboficiales Especialistas, unas diez personas en turnos de 12 horas, y el Oficial al Mando, era un teniente, que estaba a la espera del nombramiento de un nuevo Capitán. También había dos Brigadas, uno encargado de la oficina de personal (mi jefe inmediato) y otro de la de material. En el edificio, por tanto, se encontraba el alojamiento del Oficial y su familia, el dormitorio y comedor de la Tropa, las oficinas, baños de Suboficiales y Tropa. Disponíamos de hornillo eléctrico y lavadora. La comida nos la proporcionaba el Regimiento de Ingenieros, aunque había que ir a recogerla, al principio en bici, luego se permitió que el «land rover» que teníamos asignado nos hiciera el servicio al mediodía, así que con el tiempo nos organizamos, y desayuno y cena nos lo montábamos por nuestra cuenta, a base de huevos fritos, chorizo, otros embutidos y latitas de conserva, procedentes en muchos casos de los paquetes de las familias y amigos. Hasta el pan nos lo traían (previo pago, eso sí) de una panadería cercana. Al ser tan pocos, existía un compañerismo muy bueno, tanto que los cabos se apuntaban al turno de fregar las cacerolas al igual que los soldados, cosa que creo era única en todo el Sahara. Tampoco había que hacer guardias de armas, pero las imaginarias eran de doble turno, para no estar día sí y día no con ese servicio. También en este caso, los cabos participaban como uno mas. No quiero olvidarme de los compañeros destinados en las antenas, a las afueras de la ciudad, en lo que se llamaba Barracón y Barracones, pero lo cierto es que apenas teníamos contacto, ellos vivían su vida y nosotros la nuestra, aunque hacia el final de mi mili todo cambió, como tendré ocasión de explicar y vosotros de leer, si es que os interesan estas batallitas.
Nuestra vida era mas civil que militar, nos levantábamos media hora mas tarde de oír la diana del cercano cuartel de Artillería, y nos incorporábamos a nuestro trabajo, que mas bien era escaso, pero como la mano de obra ya estaba allí había tres personas para hacer el trabajo de uno. Después de la comida, la siesta, y luego al cine Las Dunas, o lectura de libros, escribir cartas a la familia, novia, amigos o a tomar cañitas por los bares de El Aaiún. Uno de los espectáculos con los que contábamos era el desfile diario del piquete, que arrancaba justo debajo de nuestro edificio, pero con el tiempo te hacías selectivo, y únicamente dejamos el de la Legión, que resultaba el mas vistoso. Tras la cena, nos metíamos en la oficina del equipo de radio (marca Racal o algo parecido) y conectábamos emisoras musicales o de otro tipo. Una noche escuchamos Radio Pekín en español, para todos los países de habla hispana y que como es lógico, llamaba a la revolución comunista a toda Hispanoamerica. Durante el día, podíamos hablar con la familia a través de ese aparato, porque en Madrid los compañeros de Red Permanente destinados en Prado del Rey, junto a unas instalaciones de Radio Televisión Española, nos pasaban con el teléfono de los familiares, pero como había muchas peticiones, al final estaba el permiso restringido a mensajes urgentes.
Tengo que reconocer, que salvo excepciones, nuestra Unidad no estuvo muy interesada en conocer el territorio, fuimos mas bien urbanitas, y nos acoplamos a un tipo de vida muy formal, quizá demasiado. Una de las excepciones se llamaba Jorge Marín de la Salud, estudiante de Económicas, y nos descubrió que el Sahara en la Prehistoria estuvo densamente poblado. En los días festivos se iba al desierto, no muy lejos de la ciudad, evidentemente, y volvía con puntas de sílex talladas como agujas, cuchillos, hachas, de lo que resultaba, según su opinión, que la Saquia el Hamra había sido en la antigüedad un asentamiento de poblaciones, y por tanto que el desierto debió producirse después, en algún cambio climático hace miles de años. Aprovechando un permiso a la Península se llevó una piedra de seis kilos con unas grabaciones rupestres, y la policía de la aduana se mosqueó, porque cuando vieron el pedrusco metido en una bolsa, creían que ocultaba algo en su interior. Desde luego, como objeto arqueológico, ni se les ocurrió valorarlo.
El cometido mas laborioso para los de personal era la confección de la nómina mensual de los Oficiales y Suboficiales. Nos mandaban unos listados desde Madrid y nosotros teníamos que hacer los recibos individualizados y unos cuadros resumen. Aun así, no te llevaba mas de una tarde. Pero es interesante recordar que el nivel de salarios era superior al de la Península. Por ejemplo, el capitán destinado en Red Permanente cobraba unas 35.000 pts. mes, un teniente de carrera unas 27.000 pts. y los Suboficiales entre las 20.000 y las 15.000, aunque dependía de los años en servicio en África. Los soldados creo que 190, y los cabos un poco mas. El salario medio de un español civil en la Península estaba entre las 6.000 y las 9.000 pts. netas al mes, aunque el salario mínimo no llegaba a las 3.000 pts.
Como os iba diciendo, nuestra holganza era bastante acusada, así que el teniente que estaba al mando tuvo la ocurrencia de organizar un campeonato de futbol, y nos mandó allanar un campo de tierra en las instalaciones que teníamos en las afueras (los denominados Barracón y Barracones). Se formaron cuatro mini equipos, dado que no podíamos disponer de once jugadores por equipo. Uno era Barracón, el favorito, porque tenía dos ex juveniles del Córdoba FC; otro Barracones, el tercero de Suboficiales y el cuarto el nuestro, la oficina central. Relato este hecho, ahora que todos vamos camino de los sesenta años, porque el torneo lo ganó Barracón, como estaba en los pronósticos, pero el último lugar fue para Suboficiales, y lo veíamos lógico, porque tenían todos mas de treinta años, incluso alguno de ellos había rebasado la cuarentena. En fin , que para nosotros, entonces, un cuarentón era algo así como un viejito prejubilable.
El contacto con el pueblo saharaui, para un soldado destinado en el Aaiún, era prácticamente inexistente, nosotros vivíamos en nuestros cuarteles, los militares de graduación en una zona, creo que por el barrio de Colominas, la población civil en otra y el pueblo saharaui en los arrabales. En los bares no existía convivencia, quizá porque al ser musulmanes no podían probar el alcohol, pero tampoco en otros lugares existía un mestizaje cultural. Supongo que los destinados en A.T.N. tendrían experiencias diferentes, pero los urbanitas, como dije antes, vivíamos en una especie de régimen de «apartheid», ellos por su cuenta y nosotros por la nuestra. Tampoco detectamos hostilidad en aquel tiempo, salvo alguna pintada en la pared, ni siquiera nos pusimos en alerta en todo el año 1.969. Creo que la primera vez que oí hablar del Polisario ya me había licenciado.
Otro acontecimiento que nos afectó fue la devolución del territorio de Ifni a Marruecos, ocurrido a mediados de dicho año. Ahora que se ha criticado por parte del PP la retirada de las tropas españolas en Irak, me he acordado de este hecho. A ver quien se atrevía a decirle a Franco que era un cobarde, por rendir territorio español (desde 1.958 provincia española) en África al Rey de Marruecos. En cambio, ni Irak es nuestro ni lo ha sido nunca, ni siquiera los motivos que justificaban la guerra han sido ciertos ni verdaderos. Aparte de esta digresión, lo cierto es que en Red Permanente nos tocó un Teniente y un cabo primero, procedentes de Ifni. El Teniente subió a nuestra oficina (pasamos a ser cuatro) y el cabo primero se fue a Barracón. Imagino que todos los acuartelamientos tuvieron que hacer sitio a la tropa española, y sobre todo a los militares profesionales, pero al ser nosotros una Unidad reducida, tampoco podíamos absorber a mas personal.
El único «hecho de armas» que recuerdo fue un incidente: tanto la gente de Barracón como Barracones habían acogido a perros desde tiempo antes, como compañía y como centinelas, pero en aquel año había ya una superpoblación, tanto es así que se había organizado una banda de nuestros chuchos que al parecer habían atacado un rebaño de cabras de algún saharaui, que nos denunció. El capitán dijo que había que eliminar a los perros, sobre todo a los mas agresivos, y que no quedaran mas de uno o dos en total. El problema era como hacerlo, teniendo en cuenta que eran bastante queridos por los compañeros. Nadie se ofreció voluntario, y hubo que echarlo a suertes. Los «afortunados» decidieron, que ya que no se atrevían a hacerlo uno a uno, ni utilizar piedras o cuchillos, lo menos complicado sería atar a todos los condenados muy juntitos, separarse un poco y dispararles con los cetmes. Yo no lo vi, estaba en la Unidad Central, pero por la tarde, cuando me lo contaron, estaban destrozados, algunos habían llorado, y como es lógico, los perros no se estuvieron quietos, y la cosa duró mas de lo que mis compañeros pensaban. Se trató de un acontecimiento triste, y como tal lo recuerdo.
Hacia el principio del verano, aproximadamente, tuvimos la visita de un «ovni». A media tarde un objeto luminoso, como una estrella de gran brillo, se situó sobre la ciudad, siendo visto por toda la población, y permaneció suspendido en el aire, con leves movimientos, hasta la noche Se mandó un avión militar para que identificara el objeto, pero la versión oficial es que estaba a gran altura y no se pudo comprobar de que se trataba. Al final, se dio por bueno que era un globo meteorológico.
En cuanto al calor del verano que tanto se temía, sólo atacó ese año durante quince días en Julio, con temperaturas de 50 grados al sol, y se hacía insoportable durante el día. Sin embargo las noches eran mejores, bajaba hasta los 25 grados, y teniendo en cuenta que no teníamos hora de acostarnos, y que entre lo que dormíamos por la noche y las siestas, no podíamos decir que nos faltara el sueño. Por otra parte, a esa edad, el cuerpo te responde a tope.
Por estructura de capítulos, paso al siguiente y último.
CUARTO Y ÚLTIMO CAPÍTULO
Me parece que fue en pleno verano cuando por fin se incorporó el Capitán que estábamos esperando, para hacerse cargo de la Compañía. Su nombre, José Sintes Anglada, burgalés, casado y con cuatro niños pequeños, el menor estaba empezando a caminar por lo que supongo que debía tener poco menos de un año. El alojamiento se encontraba dentro de la propia Unidad, pero al ser seis personas en total lo encontraron un poco reducido. Así que esperó al mes de Septiembre en que recibió una ayuda para mejoras de la Unidad , y se incluyó el primero en aprovecharse de ellas. Como nuestro dormitorio hacía tabique con sus habitaciones, ordenó tirarlo y convertirlo en un salón de muy buen aspecto, en el que incluyó una pequeña barra de obra con ladrillo visto, para servir copas a sus amigos y presumir de casa. Pero evidentemente, el otro problema era alojar a la tropa. Siempre hay soluciones, claro. Se habilitó un dormitorio con dos literas dobles, para el asistente del Capitán y dos personas mas. Esas dos plazas serían rotatorias entre el personal de Tropa de la Unidad Base, de modo que una noche de cada cuatro, cuando nos tocase imaginaria, dormirían allí dos personas junto con el asistente del Capitán y el resto de las noches, a dormir a Barracón, que estaba, como ya os dije, a las afueras de el Aaiún, en pleno descampado. El resto de servicios continuaría igual, pero claro, de tener nosotros la vivienda y el trabajo en el mismo sitio a tener que desplazarnos cerca de dos kilómetros a la caída de la tarde hasta Barracón y a la mañana siguiente hacer el recorrido en sentido contrario, nos sentó como un tiro, teniendo en cuenta, que salvo raras excepciones, el trayecto lo hacíamos a pie. Barracón era lo que su nombre indica, igual que que los del BIR, aunque dividido en dos zonas, uno para dormitorios y otro para sala de estar y comedor, además de una dependencia adjunta en el que se encontraban las duchas, lavabos, wáter y lavadora. Disponía de luz, agua corriente, procedente de un aljibe que era alimentado por camión – cisterna, cuando el nivel de aquel llegaba a la reserva. El entorno, por la noche, era completamente oscuro y deshabitado, aunque como el camino era llano y recto no revestía especial dificultad, pero desde luego era el sitio perfecto donde podrían emboscarte sin que tuvieses oportunidad de ver nada. La instalación mas cercana era la perteneciente a Barracones, a unos quinientos metros, donde estaban nuestros otros compañeros, también en un descampado. Para compensar la movida que había originado la ampliación de vivienda de nuestro amado Capitán, parte de esos fondos se destinaron a montar una pequeña cantina en Barracones y dotarla de un televisor. Incluso se nos concedieron 1.000 pts. para compra de libros, que adquirimos en ediciones baratas, para tener mas cantidad de ellos y poder crear un servicio de biblioteca, con préstamo incluido.
Con el tiempo transcurrido, a finales de Agosto los del 68-3º llamamiento nos convertimos en los abuelos de la Compañía, ya éramos los mas veteranos y los nuevos compañeros pertenecían al posterior reemplazo del 69. Uno de los detalles que recuerdo, en los nuevos compañeros, era el de un chaval de San Sebastián, que ya estaba casado y tenía una niña de corta edad. En cuanto acabó el BIR, solicitó un anticipo en su empresa, que de todas formas era de la familia, y se trajo a su mujer y a la niña al Aaiún, alquiló un piso compartido con otra familia, y por último, visto el esfuerzo que había hecho, se le concedió pase de paisano y pernocta. A todos nos pareció un lujo lo que había hecho, pero evidentemente le mereció la pena, pasó a ser el tío mas feliz de nuestra Unidad, y por supuesto, el de una vida sexual mas activa.
Respecto a este tema, el de la vida sexual, he observado que son muy pocas las referencias que se han hecho en esta página sobre ese aspecto de nuestra estancia en el Sahara. Yo, desde luego, pongo la mano en el fuego por mis compañeros de Red Permanente y por mi mismo, claro está, en que vivimos como monjes, masturbaciones aparte, pero incluso en ese sentido creo que vale el dicho de «Si te olvidas del sexo un mes, él se olvidará de tí tres». Otra excepción fue un compañero que también consiguió un pase de paisano, pero no de pernocta, y se echó un liguecillo, con consecuencias que al final fueron negativas, porque como se escapaba para ver a su chica fuera de los horarios digamos normales, acabó tropezando con nuestro Capitán y su mujer a altas horas de la noche en un salón de baile que se había organizado durante las fiestas del Aaiún, y en lugar de irse, como estaba un poco «pedal» le dio por jugar al escondite con el Capitán. Se tapaba detrás de unas plantas y cuando le veía pasar le decía «Uuuhh, que no me has visto» y le sacaba la lengua. La cosa acabó con uno o dos meses de calabozo. También recuerdo la popularidad de un homosexual apodado «Susi», natural de Huelva, destinado en el Regimiento de Ingenieros, y que iba un poco de «locaza», porque al parecer estaba enamorado de un teniente, y se le atribuye una frase que patentó o al menos hizo eco «al teniente le dejaba yo pasar al quinto piso de mi coño». Aparte de eso, creo que era un persona excelente, hasta el punto de que se decía que muchos de sus compañeros abusaban de él, encargándole trabajos que él aceptaba por caer bien entre su gente.
Mas o menos a finales de Octubre o primeros de Noviembre, Barracón empezó a estar rodeado de jaimas, eran unas familias de nómadas que se instalaron allí, y con las que teníamos una relación buena, el problema era que los guayabetes se metían en nuestras instalaciones a ver que pillaban, y había que estar atentos a que no te quitasen nada. Una noche decidimos darles un susto, y cuando vimos a tres o cuatro niños pasar por debajo de las alambradas, les recibimos con una ráfaga de tiros de fogueo, que les hizo correr como gacelas. Al menos, durante un tiempo no volvieron.
Supongo que era una obsesión nuestra, pero entre las jaimas que nos rodeaban y que los legionarios empezaron a hacer maniobras nocturnas cerca de nuestras instalaciones, y con empleo de armas de fuego, nos entró el mosqueo de que la situación podía complicarse. Ya se había devuelto Ifni a Marruecos, y estaba claro que los marroquíes iban a seguir insistiendo con la devolución del Sahara, y mas entonces que la producción de fosfatos comenzaba a funcionar, después de cuantiosas inversiones españolas en Bu Craa. Así que las últimas semanas las pasamos mas alerta que otra cosa, contando por días lo que nos faltaba.
Para colmo, unas fechas antes, se había recibido un oficio en el que se pedía la relación de soldados que se habían incorporado mas tarde, para su posible prolongación del servicio. Lo que faltaba !. Menos mal que la contestación la mecanografíe yo, en el sentido que podéis figurar, y el Teniente que la firmó había llegado después que yo a la Unidad, por lo que tampoco hizo averiguaciones por su cuenta. Pero es cierto, que durante muchos años después, una de mis pesadillas nocturnas era que me habían descubierto, y estaba de nuevo en el Sahara para completar el mes escaso de diferencia que tenía con respecto a mis compañeros. Pesadilla recurrente, incluso cuando el Sahara ya no era nuestro, después de 1.976. Curiosamente, he leído en nuestro Foro que se ha repetido la experiencia en mas compañeros.
Los de mi reemplazo habíamos calculado que sobre el 15 de Diciembre podríamos licenciarnos con permiso indefinido, y reservamos nuestro billete en Iberia con antelación suficiente. Como residentes en Sahara teníamos un 33% (creo) de descuento en la tarifa, y además el Ejército te abonaba el importe del barco y tren de vuelta, así que por un módico precio conseguías tu pasaje en avión. Por otra parte, y antes de reintegrarme a mi vida habitual, quería tener unos días de transición, para mí solo y mis pensamientos, para hacer balance y cuenta nueva, orientar mi vida y mi futuro. Así que reservé un vuelo El Aaiún-Las Palmas para el día 17 de Diciembre y otro para el 20 Las Palmas-Madrid. Tenía un poco de dinero ahorrado (de donativos de familia y amigos) y con lo que me mandaron de casa, podía pagarme alojamiento y comida tres noches en Canarias… y de civil.
Todo aquel que estaba próximo a licenciarse dejaba de pelarse o se pelaba menos para que su reincorporación a la vida civil no fuera tan chocante y evitar el cachondeito de los amigos, de tener el cogote como el culo de un mono. La obsesión del cabello, que cosas! Ahora vemos a Ronaldo, Roberto Carlos, Etoo completamente rapados voluntariamente y entonces era un castigo de lo mas humillante, si bien allí en el Sahara tenía menos repercusión, porque como el sábado no ibas con la novia ni con la pandilla, pues como que te daba igual. Pero claro hacia el final te interesaba ir lo mas presentable posible. El brigada Leoncio Ortega, natural de un pueblo de Guadalajara, que había ingresado en el Ejército en el año 1.940 como voluntario, y tras veintinueve años de servicio estaba donde estaba (de todas formas, a Teniente de la escala auxiliar si llegó) tenía la suficiente mala leche para pelar a reglamento a todo aquel que se licenciaba, y a los que se fueron en Agosto, les mandó con las ideas transparentes. O como él decía , con maldita la gracia, con calvicie prematura. Cuando llegó nuestro turno, pensando yo ingenuamente que como había sido mi jefe en la oficina, y de hecho nos llevábamos bien, iba a hacer una excepción con los de nuestro reemplazo, nos dejamos el pelo sin cortar durante la quincena anterior. Bueno, pues el tío nos formó, y como se notaba la diferencia entre los que nos íbamos pronto y los que se quedaban, nos mandó a pelarnos. El motín de la Bounty no le montamos, pero le rodeamos igual que un grupo de jugadores de fútbol cuando les pitan un penalty injusto en contra, y el tío se achantó. Creo que en el fondo, muy en el fondo de su mente, sabía que estaba cometiendo una injusticia. No se puede tener ese comportamiento con unos tíos que han ido obligados al Sahara a pasar entre catorce y quince meses de su vida, que han cumplido honestamente, para luego intentar una última putada o humillación. No sé que hubiera ocurrido si se hubiese mantenido en sus trece, porque tanto el Capitán como el Teniente estaban ausentes ese día, y él estaba como Jefe de la Unidad en aquel momento y el peluquero, mira por donde, si estaba allí obligado a lo que le mandasen, y es que también él era uno de los que se licenciaba.
A partir del 14 de Diciembre comenzamos a entregar la ropa, a vestirnos de civil, y ya ese mismo día se fueron los primeros de mi reemplazo, a los que les acompañé al aeropuerto para despedirme y comprobar sus sentimientos. Posiblemente no nos veríamos mas, y lo sentíamos como una etapa de nuestra vida que iba echando el cierre. Incluso el día 16 por la tarde, notaba como mis compañeros me veían ya como un extraño, rebajado de servicio, vestido de civil, mientras que para ellos la mili continuaba, se palpaba una situación algo delicada, teniendo en cuenta que las Navidades se acercaban y la sensibilidad estaba a flor de piel. Al día siguiente, inicié desde Barracón el último paseo, despidiéndome de todos los que se quedaban, tanto los de reemplazo como los profesionales, y horas mas tarde despegaba en un Fokker de hélice rumbo a Las Palmas,( por cierto que era la primera vez que subía en un avión y la experiencia me hacia sentirme inquieto, aunque desde luego que me hubiese ido en patera, si no hubiera habido otra posibilidad) ). Al tomar altura, pasamos por encima de la ciudad, y allí abajo vi por última vez la casa-cuartel en la que había vivido casi un año. Desde el patio, una persona hacia señas, supongo que un compañero, en una despedida final. Enseguida, las dunas, el mar, y tras un poco mas de media hora de vuelo, tomamos tierra en el aeropuerto de Gando, en Gran Canaria. Aquí debo dar por finalizada mi historia, con un último recuerdo. Me alojé en un Hostal cerca del Parque de Santa Catalina, y cuando esa noche en Las Palmas me metí en la cama, me vino a la mente que por primera vez en los últimos catorce meses y once días iba a dormir en una habitación para mi solo. Que lujazo !!!!
La conclusión a toda esta experiencia en el Sahara es que forma parte de nuestra vida, en la que se alternaron, dentro de lo que supuso el cumplimiento de una obligación no querida, momentos buenos y no tan buenos. Entonces lo consideré una gran pérdida de tiempo, y sobre todo, en mi caso, un retraso en mis proyectos personales y profesionales, que quedaron aparcados todo el período que estuve allí. Con el paso de los años, entiendo que no puedes despreciar ni apartar algo que forma parte de tu misma existencia, y sobre todo, aprendes que lo vivido es tu experiencia única, la que posiblemente no podrás hacer sentir a nadie que no haya estado allí con la misma intensidad que cada uno de los que pasamos una parte de nuestra vida en aquel territorio.
GRACIAS A JUAN PIQUERAS GRACIAS A TODOS
Cisneros Luño, Emilio. (M) 02-11-2004
Ingenieros, Red Permanente.
El Aaiún. 1968-1969
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